“Que nadie se haga ilusiones de que la simple ausencia de guerra, aun siendo tan deseada, sea sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz sino viene acompañada de equidad, verdad, justicia, y solidaridad”
San Juan Pablo II
Antes de nada, debo decir que me ha costado mucho escribir este artículo. Lo pensaba, le daba vueltas a esa palabra tan deseada, para mí, para las personas que quiero y para toda la Humanidad. Se me hace difícil hablar sobre la Paz en este mundo convulsionado, confuso y muchas veces tan difícil de entender, me cuesta no ser derrotista, no caer en la negatividad y en la desesperanza. Voy a intentarlo.
No somos conscientes de que nuestra supervivencia como comunidad mundial depende de ello. No nos queremos dar cuenta de que la Paz es la pieza que falta cada día en el puzle de nuestra historia.
La Organización de Naciones Unidas decretó que el Día Internacional de la Paz, el 21 de septiembre, se observara como un día de cesación del fuego y de no violencia a nivel mundial, a fin de que todas las naciones y pueblos se sientan motivados para cumplir una cesación de hostilidades durante todo ese Día. El 21 de septiembre es el día 264 de un año normal y el 265 en los años bisiestos. ¿Y el resto de los días? Está bien que haya uno que nos recuerde la importancia de la concordia, la armonía, la calma, la afabilidad, el equilibrio, la reconciliación… Pero el resto del año, toda nuestra vida debería ser un sueño, por utópico que suene.
Tenemos el hogar más maravilloso con el que se pueda soñar: un Universo infinito, un mundo de grandes mares y océanos, de azules vibrantes, montañas, bosques, cascadas, vegetación asombrosa, atardeceres impagables, animalitos que nos acompañan unos en casa y otros en diferentes lugares, con sus trinos, sus balidos, su mansedumbre o su valentía. Podemos contemplar un iceberg, o una playa virgen, o las estrellas en una noche clara, o el galopar de una gacela, o un inmenso baobab, o la nieve en las cumbres y tantos y tantos “os”. Todo se nos ha dado gratis, todo se nos ha regalado sin pedirnos nada a cambio, sólo para que lo disfrutemos y seamos felices. ¿Por qué somos tan complicados? Tenemos la tierra como suelo, el cielo como techo y una gran morada que es nuestro planeta, con recursos y abastecimiento para todos. Y no solo no lo agradecemos, sino que queremos más o lo queremos de otra manera, o lo queremos todo. No logramos tener paz interior y sin ese estado de quietud y amor es misión imposible la paz en el exterior.
El léxico importa. No puedo hablar de paz sin hablar de globalismo que es sinónimo de guerra y antónimo de humanidad. En la desigualdad está la paz por paradójico que suene. Nos estamos dejando deshumanizar por ese bombardeo globalístico que nos azota día a día, que nos hace perder nuestra esencia, como seres humanos, como seres de la creación, como parte de una institución grandiosa que es la familia, como miembros de una nación, con una historia y unas tradiciones. Y eso no es malo. Todo lo contrario, la riqueza está en ser diferentes, hasta biológicamente diferentes y respetar esa diferencia, hacerla valer y enriquecernos con ella unos y otros. Ahí está la clave, cada uno de nosotros somos únicos e insustituibles. Pero mientras parezcamos robots fabricados en serie, que ríen igual, que visten igual, que piensan igual (que es lo mismo que no pensar), mientras no seamos capaces de admitir que Gandhi tenía razón al decir que “la fuerza no viene de una capacidad física sino de una voluntad indomable” y saquemos toda nuestra riqueza interior, dones y capacidades, la batalla está perdida.
Lo siento, me propuse al comienzo del artículo no ser fatalista y no lo estoy logrando, mis disculpas.
Es que cuando busco definiciones de Paz siempre encuentro: ausencia de guerra. Y lo que realmente pienso es que la ausencia de Paz sólo provoca dolor y eso genera la guerra. No una guerra de armas, no una guerra de sangre, es una guerra diferente a la que estamos asistiendo, es pura indiferencia.
Me gusta sentirme ciudadana del mundo. Ahora viajo menos o casi nada, pero he viajado mucho y me fascina mezclarme con otras culturas, tradiciones, gastronomía, colores, sabores y filosofías. Me agrada sentir el contraste, la diversidad y lo que yo también soy y puedo aportar en ese abanico y crisol. Me quedo embobada en el asombro de que cuando es de noche en mi ciudad está amaneciendo en otro lugar del mundo. Y siento un arrobo casi infantil cuando me siento en algún punto perdido del mapa y pienso lo que otras personas o civilizaciones han percibido o vivido allí antes de que yo llegara. Pero eso no es globalización, es amor.
Entrecomillo lo siguiente porque no es mío, es de uno de esos sabios anónimos y actuales a los que nadie menciona y que lleva años involucrado en luchar por la paz en África entre Hutus y Tutsis: “todos estamos relacionados y lo poco que podemos hacer influye en todo el conjunto del planeta, formamos parte de una sorprendente Vida que avanza inexorablemente en un prodigioso proceso evolutivo. Y eso significa que hay que actuar como si todo dependiese de nosotros, pero, a la vez, hay que vivir con la certeza de que todo sigue su curso desde el Big bang hacia la Conciencia”.
El 21 de septiembre, cada año, se produce el equinoccio, un fenómeno astronómico que ocurre dos veces en el año y marca el momento en que el Sol cruza el ecuador celeste, iluminando a los dos hemisferios terrestres por igual. ¿No es asombroso? Es celestial. Pues nos pasa inadvertido. Por eso no tenemos paz, porque damos tanta importancia al poder, la fama, lo material, que vivimos en un estado de constante frustración y cuando tenemos un problema, lejos de reflexionarlo, interiorizarlo, orarlo, resolverlo y pasar página, lo ponemos en manos de un sistema para el que la mayoría de las veces sólo somos números, como niños inmaduros y malcriados.
El 21 de septiembre de 2020 estábamos confinados, privados de libertad, para circular y respirar, soñando con poder salir a la calle, retomar nuestras vidas con muchas propuestas de cambio para hacer una sociedad mejor, más solidaria, más bondadosa, más compasiva. Las redes sociales estaban inundadas de vídeos y frases inspiradoras. Aquello también pasó, dejando un reguero de ausencias y convirtiéndonos en más individualistas todavía porque “vivir el momento” era la consigna, mal entendida, como tantas otras, sin pensar en el prójimo, sin pensar en nada que no fuera diversión y egocentrismo.
El mismo día se estrenaba el emotivo documental “El deseo de Robin”, que narra con impresionantes testimonios los últimos días del actor Robin Williams, quien padecía un trastorno neurodegenerativo llamado demencia con cuerpos de Levy y cuya trágica muerte nos sacudió también a todos. Su sonrisa y su humor hacía tiempo que habían dejado de existir, hasta el punto que él mismo dijo tras el rodaje de su última película: “No me conozco, ya no soy yo”.
Tal vez debamos hacernos todos la misma pregunta: ¿soy yo? Bucear dentro de cada uno y encontrar nuestro dolor, nuestro cansancio, nuestros miedos y sanarlos. Sentirnos nuevos, alegres, felices y entusiastas. De ese modo podremos salir al mundo a transmitir nuestra verdadera naturaleza, despojados de grandes vestiduras y dispuestos a crear una vida plena, en comunidad, en unidad y en comunión.
Tal vez así cese para siempre la hostilidad, la exaltación, la ruptura, el desacuerdo y la intranquilidad. Sólo así, siendo vasijas vacías de ego, sedientas de ser llenadas de ternura y afecto, consigamos definir la Paz como se merece. Sólo cambiando nosotros alcanzaremos cambiar el mundo.
Todas las mañanas, cuando abro los ojos, lo primero que veo son las fotos que tengo frente a mi cama, fotos de Benín, de los niños del Colegio Madre Trinidad, de las hermanas, Sor Teresa, Sor Cande, Sor Antonita y Sor Inmaculada y eso me da paz, porque mi primer pensamiento es para ellos y mi primera oración también.
Y, sí, al final, pensando en las hermanas, en los niños que crecen en su regazo, he logrado que este artículo haga sonreír, o eso espero, porque ellas, como el gran conjunto que forma esta familia mundial “Madre Trinidad”, hermanas, sacerdotes que las acompañan, voluntarios, socios, colegios, maestros, donantes, Begoña… si que sabemos lo que significa Paz. En esta fraternidad solidaria que crece por días no importa la ideología, ni el color de la piel, ni el idioma, ni nada, lo que verdaderamente importa es lo que entre todos estamos haciendo: un mundo más justo y más amable.
Enhorabuena a todos y gracias, no sólo por leerme, sino por acogerme y hacerme sentir parte de todo y de nada, por hacerme crecer como persona y por darme la solución para terminar este escrito con esperanza renovada.
Estamos esquivando senderos de gloria, para sembrar senderos de paz.
MERCHE H. (Voluntaria de la Fundación)